“De todas las emociones que amargan el corazón humano -y son muchas-, la gran familia de la angustia, la timidez, la inquietud, el terror, la vulnerabilidad, es la que más me ha preocupado y la experiencia me dice que no es una rareza mía.” (José Antonio Marina, “Anatomía del miedo”)

El miedo es una emoción primitiva y poderosa que nos condiciona hasta límites insospechados, actúa sobre la parte emocional y menos controlada del cerebro. Cuando tienes miedo tu corazón se acelera y aprietas los dientes, estás tenso, tiemblas, te sientes inseguro y vulnerable.

Ante una situación de peligro, sentimos miedo y así avisamos a nuestro cerebro de que existe una amenaza, esto es muy útil para nuestra supervivencia, pues el cerebro nos pone a la defensiva y nos prepara para huir o atacar. El problema está cuando el peligro no es real, sino que imaginamos una situación que nos produce temor, miedo o inseguridad, pues el cerebro no hace distinciones entre la emoción real y lo imaginado y reacciona desatando el mismo proceso defensivo.

Lo que también es cierto es que en las situaciones en las que superamos el miedo, nos invade una sensación física agradable y estimulante: un subidón de adrenalina intenso y emocionante, pues la superación del miedo es placentera y relajante, una mezcla que resulta muy excitante.

Para superar el miedo: podemos reflejarlo en un papel, puede ser un dibujo, una historia o una redacción…, podemos jugar con él, a través de cuentos, disfraces…, hablar con otros y saber cosas sobre lo que nos da miedo a nosotros y a los demás… Pero no negarlo ni guardarlo en secreto, ni sentir vergüenza, ni tampoco reírnos de quienes lo sienten por cosas que a nosotros no nos dan miedo, así solo conseguiríamos acrecentarlo.